¿Qué habrá soñado anoche mi reloj de pared? Que el tiempo segundo a
segundo se detenía y lo inmortalizaba en el marco de bronce en el instante
justo en que sus agujas se encontraban.
El televisor se apagó súbitamente ¿qué le ocurrió? Se hastió de
programación basura y se llamó a silencio hasta nuevo aviso.
La radio tiene disfonía. De tanto gritar sin que la escuchen, quedó sin
voz.
El mate se enfría, el microondas no calienta, las lapiceras no escriben,
las cerraduras se niegan precisamente a cerrarse.
No sé qué les pasa. Como si tuvieran vida propia, se rebelan ante
quienes estamos vivos, gritando que forman parte de nuestra vida. Inanimados
ellos, les asignamos nombres y propiedades que exceden la existencia, los
animamos a acompañarnos en la carrera de la subsistencia.
Sin nosotros siguen siendo ellos.
El que escribe no puede prescindir del lápiz, la computadora o la
máquina de escribir. Quien enseña no deja de necesitar tiza, pizarrón o
libros. El cocinero sin cuchillo, batidor o tabla es al carpintero sin
martillo, clavos o lijas.
Sin ellos ¿quiénes somos? El experimento, la
noción, el entusiasmo. Profesionales del intento.