viernes, 26 de agosto de 2011

Reflexiones varias

Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado.
Arturo Pérez Reverte
(Permitidme tutearos, imbéciles)


Si tuvieran que elegir entre dos alternativas diferentes, por ejemplo, una escuela u otra para sus hijos, carne vacuna o pollo para la cena, el mar o la montaña en vacaciones… de seguro siempre elegiremos teniendo en cuenta lo mejor, lo más conveniente o lo que en ese momento resulte atractivo. Todo depende de las necesidades de cada uno al momento de elegir.

No puedo evitar hablar de elecciones pues, en Libia los ciudadanos eligieron creer que Kadafi creó la noche y el día, la paz y la justicia, que delimitó el territorio y como tal, su poder debía ser absoluto. En Estados Unidos aún quieren alcanzar el “sueño americano” a lo Kennedy, al margen del default, Irak, Irán y Afganistán, no olvidemos el “Tea Party” en tiempos Demócratas. Me apena pensar en el pueblo venezolano, donde 1 litro de cualquier bebida “blanca” es más asequible que uno de leche, gracias a lo cual “la alegría” se manifiesta desde las primeras horas de la mañana y dura todo el día; es más fácil arrebatar derechos y suprimir libertades en ese estado frágil de la ciudadanía, pero ellos lo eligieron.

¿Nosotros que elegimos? ¿Lo mismo? ¿Lo de siempre? ¿Hacemos la diferencia? ¿Seleccionamos criteriosamente a nuestros gobernantes?
Me pregunto si estamos preparados cívicamente para otra reforma constitucional. ¿Hemos madurado lo suficiente para permitir la reelección indefinida de nuestros gobernantes? ¿Podemos resignar nuestro derecho a elegir para que solo un individuo nos gobierne hasta que decida seleccionar a otro que lo haga?

La educación sigue en el primer lugar de la lista de necesidades básicas a satisfacer. Aún en estos días de “notebooks para todos” los problemas de infraestructura, de calidad de en la enseñanza, de falta de capacitación de docentes y directivos, de control/inspección en la educación pública, el cambio en la función de la educación en sí misma, el sesgo informativo-pedagógico que acusan los muros de las escuelas(no todas, pero unas cuantas) la primacía de la función “del comedor” sobre la formación cívico-cultural y la destrucción de los estándares académicos, de la naturalización de la igualdad académica entre alumnos y profesores, la desprotección al docente frente a situaciones potencialmente peligrosas, conflictivas o angustiantes, la igualación hacia abajo. Me hacen pensar ¿Qué elegimos? ¿Qué clase de individuos egresan de las escuelas públicas? ¿Con qué formación, expectativas, ambiciones o planes? ¿Con qué posibilidades de inserción laboral? ¿Cuáles son los valores que se fomentan? ¿Los preparamos para elegir críticamente? O ¿Para que alijan por ellos?

Luego de todas estas reflexiones y preguntas, a las que no atino en hallarles más que una respuesta (con mucha suerte), me gana la impotencia de ver que no puedo revertir por mis propios medios aquellos males que nos aquejan como ciudadanos, me doy cuenta de que toda mi educación, preparación académica y esperanzas de superación, no me han convertido en más que una ¿ilustre imbécil? Ideóloga de una República ideal que no existe desde 1930 y donde la prerrogativa es la igualación mesocrática sin sustancia y con sustento.

Hasta la próxima.