lunes, 6 de septiembre de 2010

Reflexiones

Muchas veces hablamos de esperanza. Nos habituamos a decir tengo esperanzas, guardo esperanzas o la he perdido. Pero ¿qué esconden esas frases?

Cuando las cosas no van bien, la esperanza es esa emoción o convencimiento de que los días se renovaran o irán mejor. Es decir, ni más ni menos, que el anhelo de amanecer temprano y con un sol brillante. De conseguir ese trabajo que necesitamos, ir a dormir con el ser amado, reunir a la familia un domingo, terminar la carrera universitaria, ayudar a un amigo.

La filosofía, los credos, la sociología, incluso la política hablan de esperanza. Nosotros hablamos de ella más a menudo de lo que nos percatamos. La ESPERANZA se opone por antonomasia a la DESESPERACION. Es inevitable, que frente a las diversas realidades que vivimos en estos días, esto que está más allá de lo advertido, de lo transitorio o inseguro necesitemos de ella para seguir adelante.

En filosofía, David Hume sostiene que el mundo que nos rodea ejerce su influencia de dos maneras. Una de ellas por medio de las sensaciones a través de los sentidos. Por ejemplo el goce o el sufrimiento/dolor. Por otra parte nos llegan impresiones que llama de reflexión, vinculadas al miedo o la esperanza. Ambos en este caso están vinculados al futuro. Porvenir que ansiamos nos depare un mañana mejor.