jueves, 28 de octubre de 2010

Seres mitológicos

Desde ayer una pregunta danza en mi cabeza. Cada vez que me decido a ignorarla, lo que menos, baila un malambo de los escandalosos. Imposible pasarla por alto.

¿Quiénes somos? Nos hemos preguntado desde el principio de los tiempos, y la respuesta no puede reducirse a una simplificación matemática ni a un reduccionismo antropológico. Cada ser humano es un universo en si mismo. Lo que engloba miles de variables o matices para interpretar en un solo ejemplar, en una especie de miles de millones de individuos, si fuera posible. Cada uno tiene su propia historia, una personalidad, una identidad y un camino por delante (una historia por construir).

Sería un poco más fácil, no quiero exagerar, decir quién es quién en una estructura breve, la familia, el trabajo, el grupo de amigos, un país. Del mismo modo en que las familias tienen su linaje, los grupos sociales una identidad y sus integrantes un sentido de pertenencia, los miembros de un Estado comparten una historia común. Desde las luchas por la independencia, las primeras presidencias, el nacimiento y la muerte de una república potencial o posible, hasta el momento presente. Que quienes transitamos por él, difícilmente podamos hacer un análisis sin sucumbir a una apreciación parcial en algún tema que nos interese, pues al formar parte de un momento histórico es lioso excluirnos de esa realidad. Si no preguntémosle a los ciudadanos de Rusia que pensaban sobre del capitalismo antes, durante y después de la Perestroika de Gorbachov entre 1985 y 1992.

Cuando perdemos un familiar, un amigo, los miembros del clan tienden a tener recuerdos en común, más todos pueden resaltar o atesorar distintos momentos de ese recuerdo. La proximidad afectiva de seguro hará que transformemos un momento del pasado compartido en un estandarte para recordar a quien se ha ido. Sin embargo, paulatinamente la historia real, va dando lugar a un ser extraordinario que se aleja cada vez más del individuo alguna vez tangible.

Así como los mitos antecedieron a la religión para darle sentido al mundo conocido, la historia le da lugar a un mito de la actualidad. Quien fallece deja de ser el que todos conocíamos, lo transformamos en algo superior. Convertimos un individuo con historia conocida, en un ser mitológico. Ergo, perdemos la memoria.
Un mito le da sentido al mundo y a la vida en si misma, marca parámetros de conducta social y una significación histórica. El mito es vivido por las sociedades, o por una sociedad en particular, como un contexto que les toca claramente afrontar. Por medio del mito se asimila la existencia en todas sus etapas, nacimiento, muerte y el transcurso mismo de la vida.

Sin embargo, en la actualidad el mito tiene funciones diferentes, hoy no necesitamos que nos expliquen el porque de las lluvias o los cambios de estación, el porque del día y la noche. Como civilización hemos desarrollado las ciencias y transmitimos conocimientos. Esos conocimientos están, contemos con ello, fundamentados en verdades.

Todo este conocimiento, el desarrollo tecnológico, las comunicaciones, la instrucción no nos impide deslices varios. Por ejemplo darle carácter de ser mitológico a un ser que de superior no ha tenido nada. En algún momento, es posible que la historia le guarde un lugar, pero no de proeza mítica, sino de realidad histórica.

Roland Barthes, escritor especializado en sociología y comunicación dijo en uno de sus textos sobre el mito, su "función es deformar", y luego "el fin de los mitos es inmovilizar el mundo". También explica que el mito es “un habla elegida por la historia” (Mitologías 1962). Pero no es necesario que sea oral, ya que un discurso escrito (monólogo), un reportaje, la publicidad, todo sirve de poste para sostener el habla mítica.
Siguiendo a este autor podría argüir que los mitos de la actualidad tiene un impacto poderoso, pues son una justificación a los errores, los seres mitológicos en su calidad de superiores pasan a formar parte de un imaginario colectivo que olvida la historia verdadera, aun reciente. Y nos encontramos con que solo se escribe en la historia “su página mejor”. Se siembran en las imaginaciones de los ciudadanos disposiciones culturales, recuerdos que se imponen para que el ser mítico, en caso de ser analizado en el campo social, en su proceder, sus valores morales, en las decisiones tomadas solo se encuentre un punto de vista. Un poder simbólico. “Una lucha”, “Una vida consagrada a la política”, “Un adalid de los DDHH”.

La realidad es que era solo un hombre público. Cuyo poder simbólico fue “la violencia que neutraliza la voluntad”. Si el mito que se empezó a construir consigue borrar la historia material inmediata, tengo que darle la razón a una amiga (historiadora ella) que me dijo hace poco, somos un pueblo sin memoria.